Reseña por Manuel Barrios



Apuntes sobre un libro de literatura

De un tiempo a esta parte el énfasis en la escritura por encima de los géneros ha cobrado cierta importancia. Quizás la obra de Jacques Derrida fue uno de los mojones decisivos para que la idea del libro y su escritura primara sobre la de él libro y su género (ya que el género atiende a lo normativo y no tiene la capacidad de mutabilidad de la escritura). La misma obra de Derrida y de otros autores post estructuralistas dan de manifiesto a la escritura como un acto performativo, donde la reflexividad es construida por el lector a partir de los estímulos que el libro propone.

Simultáneamente la figura del autor se precipita al abismo, la literatura goza de controversia, el texto como correlato corporal ya no designa una identidad, el cuerpo no tiene identidad sino flujo.
El espacio de lo taxonómico y su nominación en contraposición a lo innombrable o desterritorializado, hace repensar las categorías visuales y reflexivas. El trabajo de la emoción, ya sin necesidad de apelar a una universalidad del juicio, es una tarea asumida por creadores que revitalizan la sensibilidad, comprometiéndose con un arte cuyo ser está del lado de la corrección estética. Es en este sentido que estas Hojas de China de Gabriel Vieira, actualiza la noción del espacio sin territorio, del cuerpo cuya vitalidad no reside en las funcionalidad de sus órganos sino en la intensidad de su s tejidos.

“No es un libro sobre China, yo me asocié a China para hacer un libro de literatura, que a su vez es un libro curioso. China y Grecia son dos pliegues distintos del pensamiento, dos formas de inteligibilidad, escribieron en distintas páginas. (…) El ideal chino del arte es trasmitir la vitalidad, el valor del instante mismo en que creamos. El ideal occidental sería, por otro lado, encarnar la belleza. Yo intenté encarnar la belleza trasmitiendo vitalidad, hacer una síntesis sensible, porque para conocer China hacen falta cien vidas.”

Jorge Luis Borges en su ensayo El idioma analítico de John Wilkins ya hacía referencia a China como lugar desterritorializado. Las clasificaciones animales refieren a unidades discretas cuando refieren a Occidente pero se tornan incomensurables cuando refieren a cierta enciclopedia China titulada Emporio celestial de conocimientos benévolos. Posteriormente Michel Foucault utilizó este ensayo para contraponer las utopías a las heterotopías, aquellas cosas que no se pueden pensar. En Hojas de China, el narrador es visitado tres veces por seis demonios que le hablan en mandarín y cuya expresión formal son cursivas estilizadas chinas. El narrador advierte que “no los vamos a recibir con pensamientos, no vamos a capturar los pensamientos que nos surgen a su encuentro”.

En La Comedia, Dante ve compartimentos, castigos, el infierno esta dividido en nueve círculos, el libro en tres partes que se corresponden con los tres estados que atraviesa el alma en su redención, el retorno al padre por parte del uno. La Comedia representa la travesía del cristiano, es decir, del occidental. El viajero oriental, el viajero de estas Hojas de china, ha visto el jardín no para describirlo sino para trasmitirnos que su vida es insondable, y que ese fenómeno es algo común en lugares como éste. El narrador, lejos de ser un testigo ocular de la propia visión de sí mismo (como el dante), es solo una voz que guía y antes de terminar su trayecto se hace humo, no para que lector reflexione sino para que deje de pensar. “Cierra los ojos, el humo tiene forma de dragón.” Entonces, la obra trasciende en la medida que renuncia a su terminación. Como escribe Francois Julien, uno de los teóricos contemporáneos que Gabriel Vieira toma como referencia: “La gran obra evita suceder completamente, y se cumple mejor si renuncia a su terminación, ese es el valor bien conocido del esbozo, donde la obra se deja a sí misma para mantenerse como obra, en lugar de complacerse en sí misma exhibiéndose.”

Estas Hojas, han sido despojadas de la impostura intelectual para de esa forma hacer nacer un relieve sensible, conforman la entrada al jardín de la poesía china. “Por cierto: hermoso sería aquel libro que, al modo del árbol, renovara cada año sus hojas, siendo siempre el mismo; o el mismo libro, solo que su lectura es diferente por la mañana y en primavera que por la tarde y en otoño.” Un recuerdo de este libro recuerda a un poeta chino que por medio de la lectura lograba forjar una unidad emotiva perfecta, entre su alma y la del lector, mayor a la del cuerpo con el cuerpo, mayor a la del cuerpo con el alma. El destino de la literatura no es unívoco, será trabajo de las nuevas generaciones habitar sobre la selva para forjar un jardín, escribir páginas inentendibles para otros ojos que no sean los ojos nuevos del futuro.

La Diaria
Montevideo, 2009

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