Sea cada uno lector de China, hurgador de sus pliegues sutiles, de sus hojas generosamente- agradecidamente-reunidas. Ellas no aspiran a otra cosa que convertirse de hojas, en nubes. Ínfimas, en un portentoso mar de muchas de ellas, reunidas en olas. De este modo, el viajero contemplador de su arte, el paseante de sus jardines, descubrirá por sí mismo la luz de un fuego muy extraño. No (nos) quema. Tan solo ilumina. Quizá sea esta luz de fuego tan particular la responsable de la iluminación cuya dicha compartimos en un lugar así. Que sensiblemente nos sitúa en un contento, en un regreso a nosotros mismos.
La historia del niño que alimenta palomas mensajeras mientras las águilas sobrevuelan amenazadoramente el cielo es un modelo de belleza para un corazón puro. Aplicación magistral del método "de embates laterales y ataques de flanco". Su comentario, en estilo claro y directo, gustaría denominar como "de ir al río con el remo".
Mientras leía, en un impreciso momento me sorprendí pensando: "Para lograr el método es preciso un largo y lento abrazo al tronco en bruto". Por eso, si escribiera algo, aplicaría un método a medio camino entre dos estilos. Ciertamente "pintar un dragón y marcarle los ojos", y esto para subrayar "la cabeza del dragón sin mostrar su cola". Un pensamiento variable como es el mío debería amalgamar los dos métodos. Mas no sería capaz. Me falta pureza. Y estudio a fondo del propio dragón.

Reseña por Manuel Barrios



Apuntes sobre un libro de literatura

De un tiempo a esta parte el énfasis en la escritura por encima de los géneros ha cobrado cierta importancia. Quizás la obra de Jacques Derrida fue uno de los mojones decisivos para que la idea del libro y su escritura primara sobre la de él libro y su género (ya que el género atiende a lo normativo y no tiene la capacidad de mutabilidad de la escritura). La misma obra de Derrida y de otros autores post estructuralistas dan de manifiesto a la escritura como un acto performativo, donde la reflexividad es construida por el lector a partir de los estímulos que el libro propone.

Simultáneamente la figura del autor se precipita al abismo, la literatura goza de controversia, el texto como correlato corporal ya no designa una identidad, el cuerpo no tiene identidad sino flujo.
El espacio de lo taxonómico y su nominación en contraposición a lo innombrable o desterritorializado, hace repensar las categorías visuales y reflexivas. El trabajo de la emoción, ya sin necesidad de apelar a una universalidad del juicio, es una tarea asumida por creadores que revitalizan la sensibilidad, comprometiéndose con un arte cuyo ser está del lado de la corrección estética. Es en este sentido que estas Hojas de China de Gabriel Vieira, actualiza la noción del espacio sin territorio, del cuerpo cuya vitalidad no reside en las funcionalidad de sus órganos sino en la intensidad de su s tejidos.

“No es un libro sobre China, yo me asocié a China para hacer un libro de literatura, que a su vez es un libro curioso. China y Grecia son dos pliegues distintos del pensamiento, dos formas de inteligibilidad, escribieron en distintas páginas. (…) El ideal chino del arte es trasmitir la vitalidad, el valor del instante mismo en que creamos. El ideal occidental sería, por otro lado, encarnar la belleza. Yo intenté encarnar la belleza trasmitiendo vitalidad, hacer una síntesis sensible, porque para conocer China hacen falta cien vidas.”

Jorge Luis Borges en su ensayo El idioma analítico de John Wilkins ya hacía referencia a China como lugar desterritorializado. Las clasificaciones animales refieren a unidades discretas cuando refieren a Occidente pero se tornan incomensurables cuando refieren a cierta enciclopedia China titulada Emporio celestial de conocimientos benévolos. Posteriormente Michel Foucault utilizó este ensayo para contraponer las utopías a las heterotopías, aquellas cosas que no se pueden pensar. En Hojas de China, el narrador es visitado tres veces por seis demonios que le hablan en mandarín y cuya expresión formal son cursivas estilizadas chinas. El narrador advierte que “no los vamos a recibir con pensamientos, no vamos a capturar los pensamientos que nos surgen a su encuentro”.

En La Comedia, Dante ve compartimentos, castigos, el infierno esta dividido en nueve círculos, el libro en tres partes que se corresponden con los tres estados que atraviesa el alma en su redención, el retorno al padre por parte del uno. La Comedia representa la travesía del cristiano, es decir, del occidental. El viajero oriental, el viajero de estas Hojas de china, ha visto el jardín no para describirlo sino para trasmitirnos que su vida es insondable, y que ese fenómeno es algo común en lugares como éste. El narrador, lejos de ser un testigo ocular de la propia visión de sí mismo (como el dante), es solo una voz que guía y antes de terminar su trayecto se hace humo, no para que lector reflexione sino para que deje de pensar. “Cierra los ojos, el humo tiene forma de dragón.” Entonces, la obra trasciende en la medida que renuncia a su terminación. Como escribe Francois Julien, uno de los teóricos contemporáneos que Gabriel Vieira toma como referencia: “La gran obra evita suceder completamente, y se cumple mejor si renuncia a su terminación, ese es el valor bien conocido del esbozo, donde la obra se deja a sí misma para mantenerse como obra, en lugar de complacerse en sí misma exhibiéndose.”

Estas Hojas, han sido despojadas de la impostura intelectual para de esa forma hacer nacer un relieve sensible, conforman la entrada al jardín de la poesía china. “Por cierto: hermoso sería aquel libro que, al modo del árbol, renovara cada año sus hojas, siendo siempre el mismo; o el mismo libro, solo que su lectura es diferente por la mañana y en primavera que por la tarde y en otoño.” Un recuerdo de este libro recuerda a un poeta chino que por medio de la lectura lograba forjar una unidad emotiva perfecta, entre su alma y la del lector, mayor a la del cuerpo con el cuerpo, mayor a la del cuerpo con el alma. El destino de la literatura no es unívoco, será trabajo de las nuevas generaciones habitar sobre la selva para forjar un jardín, escribir páginas inentendibles para otros ojos que no sean los ojos nuevos del futuro.

La Diaria
Montevideo, 2009

Reseña por Elvio Gandolfo

Si se usa la expresión “la otra orilla” enMontevideo, el reflejo inmediato es pensar en Argentina, aunque en realidad se esté pensando más bien en Buenos Aires. Pero hay otras orillas, orillas internas. Una, poco investigada, es el interior uruguayo. Otra, en lo creativo o literario, la que divide dos formas de enfocar el asunto. En una orilla estaría gente tan diversa como Acevedo Díaz, Idea Vilariño, Alejandro Paternain, Mario Benedetti o Henry Trujillo. En cada uno el género usado (poesía, novela, cuento) es claro, suele haber una evolución, una carrera. En la otra orilla reside gente tan difícil de colocar en un sistema como Isidore Ducasse, Herrera y Reissig, Jules Laforgue, L. S. Garini, Felipe Polleri, Pablo Casacuberta. El paradigma mismo de esa otra orilla es Felisberto Hernández. Las dos pueden funcionar armónicamente. O no. Basta fijarse en la incomprensión radical de un habitante de una orilla (Rodríguez Monegal) cuando trata de clasificar a alguien de la otra (Felisberto). Hay gente que vive en las dos, seres anfibios como Juan Carlos Onetti, Mario Levrero, Delmira Agustini, Héctor Galmés, Anderssen Banchero.

Gabriel Vieira es un nítido habitante de la otra orilla. Basta fijarse en lo que hizo con Ducasse en Lautréamont S.A. (1992), su libro más de quince años anterior. Y lo que hace ahora en Hojas de China. Para Occidente, China es la otra orilla definitiva, por el tamaño, por la distancia, por el momento actual, donde no se sabe bien si se trata de un gigante ex maoísta, o hipercapitalista, que va mucho más lejos que cualquier país capitalista occidental.

Hubo, todos lo saben, olimpíadas en China. Convertidas en gigantesco negocio, los años previos al acontecimiento desencadenaron cientos de planes para aprovecharlo. Entre ellos figuró un gran libro sobre China, escrito u organizado por Gabriel Vieira. Pronto el proyecto se torció, agarró para otro lado (ocurre a menudo con los habitantes de la otra orilla). Resultó ese objeto no identificado: un “libro” (única forma de adjudicarle un género) de Gabriel Vieira. Con un efecto final raro: su forma esquinada, múltiple de enfocar el tema termina por ser unmodo veraz de ponerse en contacto con China, tanto la China eterna como la fugaz.

El libro parte de una convicción de Goethe, cuando estudió China: “es muy reparador hallarse de pronto en una nueva condición o estado, aunque no sea más que imaginariamente”. En una de las páginas con muchas imágenes, con poemas chinos, con jardines idem, aparece otro occidental, Fernando Pessoa: “¿Quién puede darme la China que mi alma ya no me haya dado? Y si mi alma ya no me la puede dar, ¿cómo me la va a dar China?”. Por suerte, el alma de Vieira le dio China. Justamente el plano espiritual es donde refulge el tono del libro, entrando y saliendo de los libros y artículos sobre China recogidos, leídos y al fin mezclados en estas hojas.

Hay ilustraciones en color, en blanco y negro, un ritmo leve y a la vez indiscutible en la puesta en página.Allí Vieira tuvo el cómplice ideal: Gustavo Wojciechowski. Inextricablemente juntos, cada uno entrega lo mejor de sí mismo. En las páginas, por las que circula permanentemente el aire, textual y visual, aparecen fragmentos como estos: “Llegar lejos sin salir de la casa y el jardín es una idea taoísta que convierto en el callado propósito de mi voluntad”; “esta contemplación nos permite cultivar la práctica del silencio ante lo que se ignora —honrado deber—”; “La conversación es una práctica especialmente amada por los chinos. En ella coinciden Oriente y Occidente: las mejores conversaciones humanas son las chinas o las griegas”.

La conversación extraordinaria de Vieira con China tiene sobre todo aire y agua, más que tierra y fuego, aunque mencione la cerámica china. Las páginas rojas, negras y blancas, el texto finalmente breve, representan más a China en su movimiento que mucho estudio minucioso. Hay un elegante derroche sabio en lo escrito y el diseño. El lector goza de su propio derroche: puede ir libremente de una a otra orilla. Y en este caso, desear que el próximo “libro” de Vieira demore un poco menos de una década y media en llegar.

Montevideo, 2008